Friday, February 24, 2006

IX Contagio

Ya el amanecer nos anunciaba que iba a suceder algo extraño. Un cielo rojo y espeso parecía teñir de sangre la Tierra, de tal forma que, cuando uno de los de Joaquín comenzó a gritar lastimeramente, un sobrecogimiento hizo presa de todos nosotros.

La mal llamada "enfermedad de la redención" es una de las más espantosas que haya conocido el hombre. Algunos dicen que fué diseñada en específico para arrasar poblaciones enteras en cuestión de días, sin posibilidad de cura o remedio. Así, escuchar los gritos de aquel hombre y los rumores de que presentaba todos los signos de la enfermedad maldita, nos atemorizaba al extremo de querer matarlo en ese instante, para acabar con su sufrimiento y con nuestra incertidumbre.

A media tarde, los síntomas se han agravado de tal forma que ya nadie duda que sea un cuadro de la enfermedad de la redención. Todos, excepto unos cuantos amigos, los más allegados, procuran mantenerse alejados del hombre y hablan descontroladamente, pasando de un tema a otro, evitando aludir a la amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas. De ser verdad, la redención habrá llegado a nosotros, esgrimiendo su guadaña sobre nuestros cuerpos miserables.

VIII Mensaje

>>>Sabemos por boca de nuestros abuelos que esta solía ser una Gran
>>>Nación. Sabemos también que uno de sus pilares fundamentales era la libertad de
>>>creencia. Aquello era una gran equivocación. Nada lastima más a una sociedad que
>>>un conjunto de cultos y religiones que sólo provocan divisiones y sectarismos. Los
>>>jóvenes que murieron en la guerra, son las víctimas ofrecidas en sacrificio a
>>>dioses inexistentes.

>>>Por eso, por lo que clamamos nosotros es la LIBERTAD, entendida esta como un
>>>conjunto de valores que amplían las capacidades humanas y nos impelen a crear
>>>cosas IMPORTANTES y TRASCENDENTES. De ahí que pensemos que esta LIBERTAD por la
>>>cual luchamos, es contradictoria con las religiones, sectas y cultos que aún
>>>persisten por ahí. Si es que no lo recuerdan, la Gran Guerra fue propiciada por la
>>>falta de entendimiento entre las personas. Sus líderes religiosos no hicieron
nada >>>para evitar la guerra, al contrario, la alentaron, viendo en todo esto el
>>>Armagedón y el Apocalipsis, y con su corrupción y avaricia, dejaron en manos de
>>>Dios, lo que está en manos de los HOMBRES.


>>>Hoy sabemos que debemos extirpar este cáncer de nuestro cuerpo social. Por eso,
>>>convocamos a todo ciudadano conciente de esta VERDAD, a que se una a nuestra
>>>causa. Los ciudadanos libres debemos no escuchar al gobierno ni a los ejércitos de
>>>restauración que pretenden reconstruir nuestra democracia con los mismos
cimientos >>>del engaño. Para renacer de nuestras cenizas, los sacerdotes, ministros,
>>>predicadores, neopaganos y demás espurios idólatras, deben ser exterminados de la
>>>faz de la Tierra.

>>>Tu colaboración es importante para hacer saber a esos endebles títeres del
>>>gobierno, que no vamos a claudicar en la lucha por deshacernos de las iglesias.
>>>Hasta ahora, sabemos que nuestros hermanos, soldados de la LIBERTAD y la JUSTICIA,
>>>han eliminado a más de mil personas que, con su cháchara, mantenían dormida a la
>>>gente del pueblo. Si crees que el destino de la humanidad debe dar la espalda a
>>>esta tradición de idiotas, háznoslo saber y procura reenviar este mensaje a otros
>>>compañeros. Sabemos que las redes son escasas, pero no faltará quien esté atento a
>>>este mensaje, nuestra próxima operación de limpieza, queremos que cuente con un
>>>mayor número de hermanos para acabar con los parásitos, socavadores de la
>>>libertad.

>>>Atentamente,
>>>Gral. Paul
>>>"Por una mayor libertad e igualdad ¡Muerte a los necios!"


>>>*************************************************************

VII Melodía

Joaquín y su gente han comenzado a mezclarse entre nosotros. Una de ellos se llama Nubia. Es una mujer alta, negra y esbelta. Es indudable que después de haberse arreglado un poco, llama la atención por doquiera que pase. Estoy casi seguro de que tuvo hijos y, al parecer, está convencida de que no fueron masacrados; que después los tendrá de vuelta en su regazo.

Esta admirable mujer de dedos largos, viene a ser una madre para todos nuestros chiquillos, huérfanos y desamparados; sus manos prodigiosas acicalan cualquier desaliño. Y no hay infancia más feliz que aquella que vibra entre las cuerdas vocales del canto materno. Así nos lo hizo saber recientemente. Uno de los niños más pequeños lloraba, buscando a su mamaí, con una semidesnudez en cuerpo y alma que nos dejaba con la garganta hecha nudo.

Nubia llegó junto a él. Lo cogió entre sus brazos. Lo elevó en su majestuosa estatura y comenzó a cantar una melodía dulce, acompasada por el viento. Uno a uno, los infantes se fueron acercando a aquel murmullo que les recordaba algo. Se abrazaban unos a otros, se estrechaban contra las faldas de Nubia y la llenaban de mimos. Su canción de cuna habrá durado unos breves minutos, pero aquello era un cuadro eterno. Los demás lloramos en silencio, cómplices de aquella bondad ilimitada, pulida en notas de ébano.

VI Extraños

Los extranjeros finalmente han llegado hasta nosotros. Sus ropas oscuras y raídas, sus cabellos magros y grises, son el marco perfecto para redondear nuestra desolación. Joaquín es el que parece el portavoz. A él se dirige Tiago para preguntar porqué han elegido esta ruta en la cual nos hemos hallado. Joaquín no responde, sino lanza una pregunta "¿Quién es vuestro líder?", pensando que el anciano Tiago no tiene la figura de un héroe o un hombre esforzado. Después, un silencio gordo y aplastante nos obliga a decir casi al unísono "Tiago". Él es nuestra cabeza y guía, sin embargo, no está acostumbrado a ese tipo de votos de confianza. Él simplemente nos escucha, llora junto a nuestros muertos y nos enseña a desarraigarnos de todo aquello que aprendimos como cierto.

Joaquín es una especie diferente de líder. Casi no habla, pero uno sólo de sus gestos es suficiente para motivar la acción de sus seguidores, casi todos ellos, una caricatura, una piltrafa. Joaquín es el que parece más humano, detrás de ese rostro ennegrecido y esos ojos como ascuas, palpita un caudal de emociones intensas y reflexiones aún más insondables. No respondió a la pregunta de Tiago, sino hasta dos días después de haberse asentado junto con nosotros. Lo hizo a voz en cuello, como para que no quedara duda de la dificultad que ello le provocaba, y de la necesidad de que no volviésemos a preguntar sobre ello. "Venimos aquí porque nuestras ciudades han sido destruidas, y aún así, nuestros victimarios persisten cerca de sus ruinas para asegurarse de que nadie vuelva a habitarlas...". De repente, la voz se le quiebra y grita hasta que el tuétano de nuestros huesos se estremece y nuestra sangre hierve a la temperatura de sus lágrimas y odio. "No venimos ni a pedir socorro ni a auxiliarlos. ¡Venimos huyendo de la vesanía y la desesperanza!"

Desde entonces, la gente ha comenzado a dejar de tratarlos como extraños. La ropa vieja, sucia y descosida que nos hermana, ha sido transustanciada en el abrigo del calor humano.

Monday, February 20, 2006

V Papá Tiago

Ayer vino Margarita a preguntarme cómo había conocido a papá Tiago. Como no es algo que me guste contar, le dije simplemente que lo conocí en su departamento de la ciudad sumida. Después, vino con otras chicas para insistir que querían conocer la historia de papá Tiago, ya que, de alguna manera, yo era la más cercana al viejo.

Cuando estaba a punto de decidirme a gritarles que se largaran. Benny llegó corriendo, con los pelos de punta, a decirme que había visto unas personas y que, seguramente, venían del otro lado de la frontera. Le avisé a papá Tiago, pero lo hallé más meditabundo que de costumbre. Últimamente habla mucho de la muerte... de su propia muerte. No es algo que me tenga muy contenta. Él es la única persona que me queda. No lo rescaté para quedármelo. No, eso sería egoísta. Pero en verdad, a veces quisiera arrebatarlo de esas personas que sólo vienen a llorar con él, a pedirles que juntos lloren sus muertos. Y quiero decirle porqué quise apellidarme Feijoo, como él.

Sonia

IV Sonia Feijoo

Nació unos diez años antes de la gran guerra. Sus padres, hermanos, abuelos y demás parientes perecieron el mismo día, arrancándole al unísono los colores a la vida, y el sístole y el diástole a su corazón. Sin embargo, parecía predestinada a sobrevivir a la catástrofe de los tiempos. Su carácter combinaba la dulzura de la paloma y la astucia de la serpiente. Parecía tener mil manos para socorrer al desvalido y mil ojos para advertir el peligro. Llegó a mi cuando ya lo había abandonado todo.

Ligia vivía al lado mío. Habíamos sido amantes cuando éramos más jóvenes y nadie imaginaba la infelicidad que al mundo deparaba el futuro aciago. Murió entre mis brazos, entre espasmos de dolor y vómito interminable. A ella y a mil personas más, las vi caer como las hojas de un árbol en otoño. Pero esto era una imagen, una metáfora. La enfermedad de la redención comenzó por tenerme en un rincón, defecando abundantemente y arañando las paredes hasta dejar mis huellas dactilares confundidas en costras resecas.

Sonia llegó asustada, con sus ojos de ciervo desamparado, buscando un refugio o un acento familiar, o ambas cosas a la vez. En lugar de ello, me halló hecho un ovillo, repasando mentalmente mis desventuras, tratando desesperadamente de escapar a aquella realidad absurda.

Como en una guerra no hay más que hacer que sobrevivir. Sonia vino con un trapo y una cubeta llena de agua -que trajo limpia de quién sabe dónde-. Primero me aseó ligeramente y después arrojó cantidad de escombros por el vano de la puerta de servicio. Después me dijo que si podía quedarse. Con muy pocas energías y una sonrisa que aún hoy se me antoja estúpida, pude decirle que sí. A partir de entonces, Sonia adoptó mi apellido, Feijoo. Ella es una de los tantos hijos e hijas que me han nacido de esta grande guerra. Pero es la única que me asistió cuando todo lo creí perdido. Si creyera en ángeles, ella sería mi favorita. Sonia, la dulce como paloma.

III Vivir entre ruinas

Es penoso vivir entre las ruinas, pequeños míos. Es lamentable y ominoso, sobre todo para un hombre de mi edad, tener que deambular entre calles devastadas. Me recuerdan el vuelo rasante de aviones con sus racimos de bombas y metralla, los ayes de las viudas y los huérfanos recalibrándonos los tímpanos. Haciendo más elástica la convicción de que no hay infierno, sino en esta vida de espinas.

¿No lo creen una ironía? Un cuerpo en ruinas tratando de erigir una nueva creencia, enmedio de este basamento aún más ruinoso. Sonia me dice que están llegando personas de más allá de la antigua frontera. Vienen a exhibirnos sus cuerpos mutilados, sus carnes chamuscadas y macilentas; sin embargo, ellos son dichosos porque el ala del ángel de la muerte los tocará pronto. A nosotros, pequeños, nos ha tocado vivir entre ruinas. Quizá nuestros cuerpos hayan sobrevivido, pero no volveremos a ver ciudades envueltas en velos. Se acabaron los goces de la vista y el oído. Hallen deleite en estas ruinas, que su voz les despierte a cada mañana para decirles lo que pudieron haber sido. Mis huesos hoy tiritan más que de costumbre, debe ser el ansia de volverme loco. No hagan caso.

Ruinas para vivir, ruinas para morir. Y macabras imágenes de asesinato ojos adentro.

II La gran guerra

Un agravio. Así fue como empezó todo. Y luego vinieron las declaraciones de políticos y diplomáticos. Era la época en la que la humanidad podía presumir de la inmediatez de las comunicaciones. Numerosos individuos daban cuenta de lo que ocurría casi al mismo tiempo en el que se producían los hechos. Esa fue la razón por la cual el agravio, que en otro tiempo no hubiese tenido mayor repercusión, se reprodujera inusitadamente, provocando que los bandos se alinearan feroces en torno a una idea, un concepto.

Lo que vino después fue el Apocalipsis con todos sus presagios funestos. Muerte y hambre, gritos y desolación. Las masas clamaron a grandes voces, pronunciando los nombres de la divinidad en todos los idiomas. Nadie acudió en su auxilio. Miles de millones murieron asidos a la cruz, en camino de la Meca, asfixiados por el estrecho espacio de la conciencia expandida...

En plena capitulación, se recordaron los nombres de antiguos dioses, dioses olvidados. Marte y Huitzilopochtli renacían en prédicas y oraciones, mientras sus prosélitos morían en los brazos de la peste, en el hedor de la guerra. Guerra inútil que quedó grabada en nuestras mentes bajo el epíteto que le dieron sus cronistas "La gran guerra". ¡Mírenla! La gran guerra, la pequeña humanidad.

I Contra la amnesia

Necesitamos olvidar y, sin embargo, heme aquí, volcándome en escritura para evadirme a este dolor, a esta gran desazón por nuestro pasado, presente y futuro perdidos. Todas nuestras ilusiones fueron quebrantadas cuando los tambores de la guerra resonaron hasta el último rincón de la Tierra. Desde entonces, nuestro futuro quedó cancelado, nuestro pasado, cercenado, y nuestro presente, incierto.

¿Cuánto tiempo pasará para restañar las heridas de la gran guerra? ¿Cuánto más para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos puedan volver a creer en algo o en alguien? Sin duda, habrá muchas oportunidades para renacer de estas cenizas, pero el viento de la desesperación ya ha arrasado con nuestros deseos, dejándonos tan sólo briznas de esperanza.

Dolor y angustia. Aflicción y espanto. Sin embargo, estoy escribiendo para recuperar la memoria, para que ustedes, hijos míos, no vuelvan a morir en aras de lo que no conocen. Para que vivan sus vidas sin más preocupación que el diario sustento. Que esta calcinante duda no los abrase, mis amados. Yo estoy demasiado viejo para desentenderme del todo. Ustedes habrán acaso escuchado mis palabras y, si alguna de ellas hace el eco suficiente, comprenderán porqué les pido, les ruego encarecidamente que luchen, ¡luchen contra la amnesia!

Tiago