Friday, February 24, 2006

VII Melodía

Joaquín y su gente han comenzado a mezclarse entre nosotros. Una de ellos se llama Nubia. Es una mujer alta, negra y esbelta. Es indudable que después de haberse arreglado un poco, llama la atención por doquiera que pase. Estoy casi seguro de que tuvo hijos y, al parecer, está convencida de que no fueron masacrados; que después los tendrá de vuelta en su regazo.

Esta admirable mujer de dedos largos, viene a ser una madre para todos nuestros chiquillos, huérfanos y desamparados; sus manos prodigiosas acicalan cualquier desaliño. Y no hay infancia más feliz que aquella que vibra entre las cuerdas vocales del canto materno. Así nos lo hizo saber recientemente. Uno de los niños más pequeños lloraba, buscando a su mamaí, con una semidesnudez en cuerpo y alma que nos dejaba con la garganta hecha nudo.

Nubia llegó junto a él. Lo cogió entre sus brazos. Lo elevó en su majestuosa estatura y comenzó a cantar una melodía dulce, acompasada por el viento. Uno a uno, los infantes se fueron acercando a aquel murmullo que les recordaba algo. Se abrazaban unos a otros, se estrechaban contra las faldas de Nubia y la llenaban de mimos. Su canción de cuna habrá durado unos breves minutos, pero aquello era un cuadro eterno. Los demás lloramos en silencio, cómplices de aquella bondad ilimitada, pulida en notas de ébano.